viernes, 1 de julio de 2011

Las Nodrizas

Las pasiegas. Homenaje a las nodrizas



Frente a la fachada principal de la catedral de Granada está la Plaza de las Pasiegas, que encierra en su nombre una carga de emotividad protagonizada por unas mujeres valientes, decididas, procedentes del Valle del Pas en Cantabria, que acudían a Granada como nodrizas al reclamo de mujeres de familias pudientes que el escritor granadino Julio Belza calificó de «madres melindrosas o con impotencia a la hora de amamantar sus críos».



Partían desde el Valle del Pas, su gran patria chica, casi siempre aprovechando el viaje en la carreta de vecinos de la zona, vendedores ambulantes, que recorrían España con los productos de su tierra. Lo hacían después de haber parido y lactado al hijo durante un mes. Como el camino era largo, se llevaban un cachorrito de perro al que daban de mamar durante el tiempo que durase el trayecto para que no se les cortara la leche; cachorro al que cogían un gran cariño y que, una vez cumplida su misión, quedaba al cuidado, ya convenido, de los vecinos que las habían ayudado en el viaje. Al llegar a Granada se dejaban ver en la Plaza de las Pasiegas donde, casi de inmediato, eran contratadas, por necesidad o por 'capricho', por mujeres de la burguesía granadina a punto de ser madres.



La llegada de las nodrizas pasiegas a Granada comienza a finales del XIX, pero sus predecesoras, las que abrieron camino hasta la Corte, les llevaban ya dos siglos de ventaja.



La tradición de las amas de cría arranca [se instituye] en el siglo XVII. La figura de la nodriza era imprescindible en las casas de la nobleza española. Fue la Casa de Fernando VII quien solicitó la primera nodriza española para Isabel II de Borbón, Princesa de Asturias (y Reina de España entre 1833, con sólo tres años, y 1868), primogénita del cuarto matrimonio del Rey con su sobrina María Cristina de Borbón Dos Sicilias. La nodriza se llamaba Francisca Ramón González, cántabra, natural de Peñacastillo, tenía 21 años y contaba con un ama de cría de retén, de nombre Josefa Falcones, de 19 años, natural de Torrelavega.



Se dice de las nodrizas pasiegas que eran mujeres por delante de su tiempo, símbolos de mujer emprendedora, buena administradora y capaz, que dejaron de ser anónimas al imprimir su huella de humanidad y lealtad en el núcleo familiar en el que se integraban. Se trataba, por exigencia expresa, de jóvenes recién paridas sin haber cumplido los veintisiete, robustas y bien dotadas por la naturaleza, circunstancia que les ayudó a superar las dificultades económicas sacando adelante a su familia, que, en aquella época, solía ser numerosa. La 'limpieza de sangre' era condición indispensable, es decir, que entre sus antepasados no hubiera ni judíos, ni árabes ni moriscos, en cuyo caso las pasiegas daban el perfil exigido, dado que en la comarca del Pas no fue habitual la presencia de dichas razas. Paradójicamente, aunque sin base científica que lo confirme, autores del siglo XIX, como el historiador cántabro Gregorio Lasaga Larreta, han sostenido que los pasiegos no proceden de los cántabros, sino que fueron cautivos de guerra, esclavos de origen árabe. De haber tenido este dato dos siglos antes, las nodrizas pasiegas no hubieran existido; al menos en lo que a la Corte se refiere.



Unión con la Familia Real



La elección de ama de cría tenía tal relevancia, que en las memorias palaciegas figura el anagrama real en las convocatorias previas a los nacimientos con este mensaje: «Comisión de la Real Casa para elegir nodriza al futuro vástago»; ello unido a las normas exigidas que eran minuciosamente analizadas por los médicos de Cámara, tal es el caso del doctor Esteban Sánchez Ocaña, médico de la Casa Real de Alfonso XII y María Cristina de Habsburgo-Lorena. Él fue el encargado de elegir a la nodriza de Alfonso XIII, abuelo del Rey Juan Carlos, entre las jóvenes madres procedentes de Cantabria y se decantó por Maximina Pedraja, natural de Heras. La unión de ésta con la familia real fue tan grande que, pasados los años, más de un viaje tuvo que hacer Maximina desde Cantabria hasta Madrid para acudir a la llamada del Monarca, quien la quería como a una madre, cariño al que ella correspondía de tal modo que le angustiaba pensar en lo que el Rey podría sufrir por las agitadas circunstancias de la época. De hecho, la nodriza estaba en la comitiva real de la boda de Alfonso XIII el 31 de mayo de 1906, cuando al paso del cortejo, por la Calle Mayor de Madrid, el anarquista Mateo Morral lanzó contra la carroza del Monarca una bomba camuflada en un ramo de flores. La onda expansiva levantó el parasol de Maximina, quien, por suerte para ella, no tuvo que lamentar daños mayores, como los 28 muertos que dejó el atentado. Los vínculos afectivos fueron tan sólidos, que han sido heredados por ambas familias; tanto, que el pintor Cantolla, nieto de Maximina, tiene en la actualidad una entrañable amistad con el Rey Juan Carlos.



Las nodrizas deberían cumplir el precepto solicitado por las casas reales



- De 19 a 26 años de edad.



- Estar criando el segundo o tercer hijo; es decir que habrá tenido otro u otros dos partos.



- Leche: lo máximo, noventa días.



- No haber criado hijos ajenos.



- Estar vacunada.



- Ni ella ni su marido, ni familiares de ambos, habrán padecido enfermedades de la piel.



- Será circunstancia preferente que la ocupación de su marido sea la del cultivo del campo.



- Complexión robusta y buena conducta moral.



Este certificado, del segundo punto, lo extendía el cura del pueblo; por lo tanto, y suponiendo como «buena conducta moral» el hecho de no ser madre soltera, la familia del financiero Rothschild se lo pasó por alto y, con un criterio plausible, contrató a una joven pasiega de 20 años de edad, madre soltera, que fue una gran mujer y una excelente nodriza.



La procedencia de las nodrizas españolas era siempre del norte, País Vasco (sobre todo Vizcaya), Asturias, Galicia y Cantabria y, con preferencia, las pasiegas, las más cotizadas especialmente por las casas reales.



A mediados del siglo XX empieza el ocaso de las amas de cría desplazadas por el biberón, que mandó al paro a muchas mujeres que eran el sostén familiar. El paso del tiempo puso un velo en su historia, pero no ha conseguido borrar la huella de aquellas mujeres que tuvieron que emigrar en busca de una vida mejor fuera de su entorno, dejando atrás, al cuidado de la familia, hijos casi recién paridos, pasando de una vida sencilla, llena de carencias, a ser testigos del lujo y bienestar de las familias más adineradas del país, aunque, eso si, compartiendo con ellas la bonanza, porque las amas de cría eran una institución, respetadas y queridas, cuidadas como oro en paño. En agradecimiento, a la vuelta a su hogar, que solía ser al cabo de unos dos años, les preparaban baúles con ropa blanca, muy apreciada por su escasez y alto precio. Además, en el caso de la realeza, cuando las amas de cría terminaban su asistencia, se les concedían favores reales; las que tenían hijos varones solían pedir que fueran liberados de hacer el servicio militar. Un caso llamativo fue el de la nodriza que pidió y le fue concedida indulgencia para el médico de la localidad pasiega de Miera, acusado de un delito que, al parecer, no había cometido. Ser nodriza de un infante suponía el bienestar de toda la familia y, a veces, de su entorno.



Un museo para su memoria



El legado histórico de la figura de la matrona pasiega emerge con la fundación del Museo de Amas de Cría Pasiegas que se ubica en Valvanuz, término municipal de Selaya, conocida como la cuarta villa pasiega, que guarda, como un tesoro, historias de vidas antagónicas unidas por algo tan vital como la leche materna.



Junto al Santuario de la Virgen de Valvanuz, patrona de los pasiegos, reliquia del siglo XII y referente obligado de la cultura pasiega, sobre el intenso verde de Cantabría, inspiración del poeta Gerardo Diego, rodeada del inmenso robledal De Todos, en plena Vega del Pas, joya de la naturaleza cántabra, ahí, justo al lado, en La Casa de la Beata, se rinde culto a la nodriza pasiega en un museo, el único del mundo, exclusivamente dedicado a las amas de cría, en este caso a las de Cantabria, en reconocimiento de todas las mujeres anónimas que amamantaron a hijos de la Corte Real y de la aristocracia y burguesía españolas.



La idea partió de la Cofradía Virgen de Valvanuz, que, con mucho esfuerzo y alguna aportación económica privada, nunca suficiente, desde hace poco más de un año va recopilando trazos de las vidas de las amas de cría, junto a una valiosa colección de fotografías, más de trescientas, desde 1880 hasta 1936, que dan fe de lo que se cuenta para deleite de los visitantes de todo el mundo, «más de cinco mil el pasado año», según me comenta Valvanuz Bravo, una joven abogada que, de momento, ha aparcado la toga para dedicarse en cuerpo y alma a contar de viva voz, en el Museo, las historias conmovedoras de las mujeres de su tierra que, a veces, vencidas por la añoranza, volvían a sus hogares sin cumplir su cometido; entonces, la nodriza retén ocupaba su lugar. Entre las mil historias del Museo de las Amas de Cría, la guía cuenta que la Duquesa de Alba tenía un hermano de leche de nombre Juan Venero Gómez que fue alcalde de Selaya y que no llegaron a conocerse. La nodriza de ambos fue Gregoria Barquín, cántabra de Tezanos, que en la foto del Museo tiene en sus brazos a Cayetana de Alba el día de su bautizo, junto a su padrino el Rey Alfonso XIII. La aristocracia también tiene su espacio en el Museo de las Amas de Cría. Dos pasiegas, las dos de Selaya, una, Celestina García Rebollar, nodriza del hijo del marqués de Oquendo, secretario de Alfonso XIII, que aún tiene un hermano de leche en Selaya, y la otra, Victoria Arroyo Gómez nodriza en Barcelona con los condes de Godó. Quién les hubiera dicho a ambas que en su pueblo natal iban a figurar en un museo junto a la realeza española...



Los retratos que se exhiben en el Museo, evidencian la preferencia de los Borbones al elegir ama de cría entre las cántabras. A partir de María Cristina de Borbón, toma el relevo su hija Isabel II, esposa de Francisco de Asís, que contrata nodrizas cántabras para tres de sus hijos: para la infanta Isabel, que pasó a la historia con el apodo de 'La Chata', contrató a Francisca Guadalupe Porras, natural de Entrambasmestas; Manuela Cobo, pasiega de San Roque de Riomiera fue nodriza de María de la Paz Juana y María Gómez, natural de Vega de Pas, ama de cría del Rey Alfonso XII, que en realidad fue nodriza de retén de una asturiana de nombre María Dolores Marina. María Gómez volvió a su tierra pasiega portando un manto de terciopelo de seda, color magnolia, bordado en oro y plata que María regaló a la Virgen de Valvanuz en acción de gracias y que se encuentra entre las reliquias del Museo. La devoción por la Virgen de Valvanuz está muy arraigada en todo el ámbito pasiego: 'Ángel tutelar a quien se invoca en el infortunio y la prosperidad', decía Lasaga Larreta, que se refería a ella como 'La Virgen del Pilar de los pasiegos'.



Nodriza de Miera para el padre del Rey



Tres de los hijos de Alfonso XIII también tuvieron nodrizas cántabras, de lo que se deduce que la lactancia pasiega debió tener influencia en la decisión del Monarca. Rosalía Sáinz, pasiega de Pisueña, lo fue del primogénito Alfonso Pío, Príncipe de Asturias; María Teresa Penagos, cántabra de Totero, fue nodriza del infante don Jaime de Borbón y Battenberg, abuelo de Luis Alfonso de Borbón Martínez Bordiú, y Constantina Cañizo, pasiega de Miera, fue la nodriza de don Juan de Borbón y Battenberg, padre del Rey Juan Carlos, quien, dicho sea de paso, sería muy bien recibido en el Museo de las Nodrizas.



El punto negativo sobre las amas de cría lo pondrían algunos intelectuales de la época que cargaron las tintas con mucha dureza, dedicándoles artículos que denigraban su dignidad de mujer. Sin duda, en su intención había más un fondo de crítica a la realeza y clases poderosas y mucha ignorancia hacia la actitud de abnegación y sacrificio de las amas de cría, que se vieron forzadas a escapar de la miseria del medio rural, anteponiendo la necesidad a los sentimientos. Uno de estos criticones exacerbados fue el historiador liberal Modesto Lafuente autor del Teatro Social del siglo XIX en 1846, al que le salía el machismo por los poros con frases tan desafortunadas como: «Emprenden con varonil resolución el camino de la Corte» o al referirse a las nodrizas como «mercado de carne humana». Tampoco se quedó atrás Pérez Galdós, quien tildó a la nodriza como «humana vaca» y, en el colmo de los colmos, la nefasta referencia de Mesonero Romanos: «Cien groseras aldeanas del Valle de Pas».



Lo que en la Corte era una institución, para la burguesía española era signo externo de riqueza, por lo que reclamó socialmente a la nodriza pasiega; se situaron con familias muy conocidas como Fabra i Coats, Pombo, Calderón, Guerra Zunzunegui, Martínez Campos, Aznar, Ibarra . y doblaron el mapa hasta Andalucía. Se sabe que a Jaén fueron dos; a Málaga, una; a Sevilla, tres y muchas a Granada, impactando tanto en la ciudad que cambiaron el nombre de la llamada Plaza de las Flores por el actual de Plaza de las Pasiegas.



Hay tres nombres de nodrizas en el registro de la memoria; Balbina Fernández Fernández, Severina Sáinz Sáinz y Josefa Gómez Ruiz, nodriza de un nieto de Rafael Contreras, arquitecto notable y restaurador de la Alhambra. Debido al hermetismo de las familias, hay muy poca referencia de los hogares que solicitaron nodrizas pasiegas en Granada; incluso en la actualidad nos ha sido muy difícil encontrar datos al respecto, al tratarse de nombres muy sonados que siguen flotando por el aire de Granada, tales como el gran poeta Ángel Ganivet y las familias Rosales y García Lorca. Cabe pensar que los propios herederos quisieran proteger a esas madres de calificativos como «remilgadas» o «melindrosas», entre otros, que los cronistas les dedicaron, ya que, según ellos, contrataban amas de cría para no «estropear la figura». Sobre la madre de García Lorca circula el rumor de que cambió dos veces de nodriza, que le pudieron los celos al advertir la preferencia del niño por su ama de cría que, fuera quien fuera y de donde fuera, le conectó con el mundo, con los valores humanos. Conocedores de la historia familiar tachan a Vicenta Lorca de «insensible y egoísta». Pepín Bello, gran amigo del poeta, la descubre así «Vicenta quería ignorar la homosexualidad de su hijo».

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